A estas alturas, diferenciar la
Web 1.0 de la Web 2.0 no nos resulta complicado. Estamos habituados a utilizar
ambas herramientas y, aunque ahora, apreciemos notables diferencias, hay que
reconocer que el cambio fue gradual y suficientemente paulatino como para no suponer
una ruptura traumática. Es cierto que si hace veinte años nos hubieran hablado
de las posibilidades de la web que conocemos hoy día, probablemente no lo
hubiéramos creído. Personalmente creo que durante los primeros años la mayoría
de los consumidores, entre los cuales me sitúo, estábamos más ocupados en ver
qué nos mostraban a este lado de la pantalla, que en saber qué había detrás de
las tres W. Esas primeras páginas estáticas en tonos grisáceos, arena, sepia…
colores neutros con enlaces resaltados en azul; esos sitios que mostraban
información pero que no dejaban la posibilidad de interactuar (salvo algún caso
de formulario, encuesta o similar); ese discurso lineal y jerárquico de emisor
frente a receptor se fue desvaneciendo para ir progresivamente poniendo a
disposición de todos los usuarios los contenidos que había ido nutriendo la web
durante los años anteriores.
Comienza la sociabilité y la web se va transformando en una gran plataforma de
interacción colaborativa, de aprendizaje y de reunión. Aparece el diálogo, el
intercambio, la convergencia de medios de comunicación y contenidos, se incorporan
nuevas herramientas para articular y facilitar la creación y el consumo de
información a la vez y surgen nuevos retos. En poco tiempo, las contribuciones a
la web crecen exponencialmente lo que provoca la aparición de nuevos retos.
Entre ellos destacaría la dificultad para reutilizar los contenidos, en muchas
ocasiones publicados sin orden ni concierto y, por lo tanto, difícilmente clasificables
por las máquinas. La estandarización mediante normas internacionales ha venido
a solucionar parte de este complejo entramado y, en mi opinión es uno de los
valores que marca un nuevo punto de inflexión en ese continuo cambio de
tendencia al que está sometida la web. Este parece ser el camino hacia la
siguiente versión, la Web 3.0.
Llegados a este punto lo que se
me ocurre es cuestionar hacia dónde tiende esa nueva web, ¿hacia la nube…?; ¿en
qué tipo de dispositivo si ya tenemos hasta gafas?; si ahora se gestiona el
contenido, mañana se gestionará la creación y por quién. Con frecuencia se
habla de descentralización y democratización al referirse a la web 2.0 pero
¿cuántas plataformas que presumen de esto están más que identificadas con
determinados valores económicos y culturales?. En definitiva, Web 1.0, 2.0 ó
3.0 ¿evolución o revolución?. Si tomamos como definición de revolución aquella
que se refiere al “giro o vuelta que da una pieza sobre su eje” o al “movimiento
de un astro a lo largo de una órbita completa”, volveremos a nuestro punto de
partida.
Aquí dejo estas cuestiones planteadas por si alguien se
anima a imaginar o a consultar el oráculo.
Dices "En definitiva, Web 1.0, 2.0 ó 3.0 ¿evolución o revolución?" Pues a mi modo de ver has puesto el dedo en la llaga, entre la 1.0 y la 2.0, es mas bien una revolución, existe todavía la web 1.0 llena de páginas estáticas, pero el foco absoluto es ya el mundo de la red social. No estoy tan seguro de que el cambio sea tan abrupto con la 3.0, puede que exista una web de agentes inteligentes, pero siempre en un contexto social.
ResponderEliminarGracias por tu post.